domingo, diciembre 09, 2007

El Capachero



Imagen de un antiguo minero del Cerro de Pasco; la bolsa en que llevaba los minerales sobre sus espaldas, esta hecha de cuero y se le denomina Capacho.

El Bosque de Piedra de Huayllay



En medio de la soledad de la puna, en nuestra cordillera andina, en una extensión de sesenta kilómetros cuadrados, se halla uno de los espectáculos más maravillosos que la naturaleza pueda brindar a la vista del hombre. Se trata de un enjambre pétreo, de un laberinto de moles rocosas de formas caprichosas y fantasmagóricas. Enormes piedras que semejan figuras sacadas de una exposición escultórica.

Es el “Bosque de Piedra” de Huayllay, lugar ubicado en las cercanías del pintoresco pueblo del mismo nombre, perteneciente a la región Pasco.

Este lugar constituye realmente una monumental obra de arte, en la cual la mano maestra ha sido la naturaleza misma, que a través de siglos y siglos, ha ido esculpiendo en sus enormes rocas, toda una gama de formas y tamaños.

Huayllay, en quechua quiere decir “la floresta”, lo cual tal vez es síntoma de que los antiguos peruanos (los incas) vieron en estas deformaciones geológicas también “un bosque”. Este pintorésco e impresionante lugar, es un patrimonio invalorable que posee el Departamento de Pasco. Es un centro de atracción turística de primera magnitud, de una belleza tal que supera ampliamente en majestuosidad y volumen, al famoso “Jardín de los Dioses”, del Colorado, en los Estados Unidos de Norteamérica. Ya en 1620, los jesuítas Francisco Patiño y Alejo Ortiz, daban cuenta de este Valle de Piedras Encantadas y del respeto que infundía entre quienes transitaban por él.



Sobre su origen existen diversas teorías. Por ejemplo, se dice que es el resultado de un sistema de montañas desprendidas de la Cordillera de los Andes; también que es un cuello volcánico por la porosidad que presentan sus piedras, que semeja la lava solidificada; y otras opiniones más osadas, lo describen como una isla surgida durante el diluvio universal.

Según la versión de un artículo publicado hace algún tiempo en un diario capitalino, se trata de una inmensa formación de tufos, es decir, de capas consolidadas de cenizas volcánicas, acumuladas allí después del último apogeo volcánico de los Andes Centrales, muy afectadas por el “intemperismo” o “meteorización”, términos con que señalan los geólogos a la acción de los agentes atmosféricos sobre las rocas, incluso sobre las más duras y resistentes, lo cual ha dado origen al “bosque” esculpiendo las más extrañas figuras. Completando la acción de estos agentes, el agua ha trabajado allí con singular decisión; pero no el agua de las lluvias, cuya participación es relativamente discreta, sino el agua resultante de la fusión de los hielos que hace miles de años cubrieron, formando un casquete o colosal losa, las partes altas de la cordillera, desde el nivel de los 3,500 ó 3,800 metros.