jueves, julio 15, 2010

Cerro de Pasco: un lugar que pocos quieren ver y saber



Barbara Trentavizi, una antropóloga italiana que ha recorrido America latina, realizando estudios diversos sobre el valor social de los pueblos, estuvo hace poco en nuestra gélida ciudad, y ella nos cuenta de manera sobrecogedora, cómo encontró al pueblo minero, su desesperanza y la ‘sobrevivencia’ de sus pobladores.

Para llegar al Cerro de Pasco en Perú no es difícil. Se toma un bus desde una terminal de Lima o unos cómodos carros colectivos.

Hay que hacer varias escalas eso si. Se recorre un camino estrecho y tortuoso que te hace llegar desde el nivel del mar y la insoportable humedad de la metrópoli a una altura de 4.300 metros sobre el nivel mar. Pasas en medio de enormes montañas, el cielo en Lima gris y oscuro de pronto se vuelve azul y el aire se hace cada kilómetro más fresco.

Me siento tranquila, relajada, acepté ir porque quería ver con mis ojos un lugar que los peruanos y los latinoamericanos en general no quieren ver y del cual no quieren saber.

Un lugar remoto muy lejos del bullicio de la capital, de sus ofertas de compras de sus publicidades mundialistas que vuelven a todos niños mal crecidos y eufóricos.
En el camino me empiezo a dar cuenta que el paisaje cambia. El color de las montañas se hace raro, parece un cuerpo al que le han quitado la piel.

El agua de los ríos al lado está entrampada en tubos que la desvían a saber para donde. Las lagunas, que deberían ser transparentes asumen de repente un color raro, verde ácido. La persona que me acompaña, experta del área y buen conocedor de los entornos me explica que ya llegamos a territorio minero. Es uno de los enclaves económico del país latinoamericano, uno de los centros de la riqueza que sirve para echar andar el mundo. Me quedo atónita. En un valle que aparece majestuoso en su belleza hay camiones y máquinas excavadoras. Están construyendo un terraplén en medio de peligrosos rellenos de material minero. Mi escalofrío se justifica inmediatamente con sorprendente exactitud. El pueblo que esta arriba debe ser desplazado. Así, los chinos que compraron la tierra (o se la regalaron quien sabe), que son muy bien organizados, van a trasladar a la gente a otro lado. Así como un golpe en el estómago, como un viento de aire helado se me hace claro cómo funciona la liberalización de la economía: la gente son cosas, sin alma ni sentimientos. El fin justifica los medios, la razón instrumental, el tecnicismo economicista lo justifica todo. La gente, la gente de los Andes, territoriales por naturaleza, ligados obligadamente a su tierra, son traspasados de un lugar a otro sin importar el lugar. Solo que sea apto para que viva gente sin muchas pretensiones al trabajo, piensa la empresa.

Sigo el camino y voy pasando tierra desgarrada, rótulos continuos desafiantes y alertas de “Propiedad Privada”. La colonia nunca terminó. La conquista esta aquí, presente y más opresora que nunca, y me pregunto en mi ingenuidad de que propiedad privada estamos hablando, si estos territorios les han pertenecido siempre a las comunidades que viven aquí, a la gente de los Andes.

Pero hoy en este tiempo que nos toca vivir, la tierra se regala, se vende, se utiliza pedazo por pedazo como lomo en una carnicería.

En los rincones de la carretera casuchas grises y feas se muestran al viajante, fantasmas vestidos de buzos deambulan por las calles. Son los mineros, salen de trabajar y a comer en el plato la fatiga del día. Niños corren, saltan, los niños pienso son niños en cualquier lado hasta en la mierda. Qué te parece... me dice mi acompañante. Seguro asustado de mi silencio. No sé digo yo, ¿ la gente...parece... triste? ¿Deprimida? No, digo yo ...acabada.

Llegamos finalmente a la Oroya. Enorme centro refinero de Perú. Aquí se refinan los metales. Los cerros están cubiertos de polvo. La zona cercada parece una zona militar gringa, tiene el mismo falso aspecto pulcro y ordenado, la misma violencia ocultada, más tarde descubro que efectivamente fueron los gringos quienes la construyeron. En la Oroya se miran más casas, pero no aparece cierto un lugar próspero, más bien más movido. Cruce de carreteras, lugar para subir al cielo de las montañas más altas.

La semana pasada me cuentan hubo un paro de los trabajadores, el dueño es ahora un gringo que no quiere pagar lo que por ley debe al Estado, así que sencillamente cerró la refinería dejando a todos en la calle. La gente lo defiende, el gobierno jode y no deja trabajar, la empresa declara que no puede pagar porque si no, deja de ser rentable el oficio y se sabe que no por gusto se invierte dinero.
Pero ahora el cielo se escondió, hace frío, y me vuelvo pequeñita en el otro carro que nos llevará a nuestro destino final por hoy, el pueblo de Huariaca, para no ir de golpe a la ciudad de Pasco, muy alta para mí.

Anochece, no se mira nada pero hay planicie, se sube se sube, en medio de las estrellas lamparitas muy cercanas, una se cae hacia mí, en frente de mis ojos. Anuncian lo que vine a ver.

Después de cenar me voy a mi cuarto en el hotel. En el pueblo están de fiesta. Mañana es el día del campesino. Hay alegría en el aire, hay dicha, la gente me invita a quedarme para la ceremonia final de la fiesta: un baño en agua helada del río a las 5 de mañana. No puedo quedarme pero amaneció con sol, el mercado está lleno de gente que viene para la juerga de los próximos días.

Así que seguimos nuestro viaje. El cielo se vuelve cada vez más azul y transparente, las montañas siguen dominando la escena, poderosas, agua corre por todo lado. Estamos subiendo pero todavía hay árboles, pequeños y verdes milagros de adaptación a estos lugares, últimos vestigios antes de la árida extensión de las alturas. Cuando subimos solo quedan enormes espacios, alpacas que vagan con sus pastores, lagunas de agua azul. Y de lejos el Apu, el jefe de todas las montañas. Es grande y todavía se mira de lejos, está nevado, parece cerca me dicen pero está lejos. Me gusta, inmediatamente me siento atraída, gran guerrero, todavía no has sido tocado pienso, por las garras de los ávidos depredadores. Mi pensamiento me da risa, me encanta el teatro.

Después de dos horas ya llegamos. El Cerro de Pasco. Ciudad minera, gloria minera del país desde hace 400 años. Capital bursátil en su época de apogeo.

Todas las casas son grises, en el aire flota un polvo café, que lo llena todo, nada de verde. Bajamos y con un conocido del lugar empezamos nuestro recorrido por las calles y vías de la ciudad. Mira me dicen, la ciudad se hace y se destruye continuamente según avanza el tajo abierto. El tajo abierto es la forma más destructiva de sacar los minerales de la tierra. Se excava un enorme hoyo, gigantesco y se avanza a lo largo y a lo ancho y en túneles también. Este sistema produce una enorme cantidad de desechos que se van acumulando alrededor formando colinas, túmulos, frágiles valles.

La ciudad debe hacer espacio a la mina, porque la mina crece y crece y mientras tanto se va comiendo todo: plazas, barrios enteros, comisarías, escuelas, calles y callecitas. Lugares donde la historia de los antiguos mineros todavía canta con el viento, sombras de la noche, inestables, listas para desaparecer, eliminar la huella de su existencia, de su humanidad. El oro apremia, y todo se lo come.



Nos acercamos al barrio que desaparecerá, nos acercamos al hoyo voraz. Es todavía peor de lo que imaginaba. Es enorme, grande, las casas están a su alrededor pero en la orilla del cráter está cercado. Propiedad Privada, vedado acercarse. Mis memorias escolares se activan de manera inadvertida, algo familiar se me presenta... claro... el infierno de Dante Alighieri. El poeta florentino se hubiera quedado en Pasco, dibujando su entrada al antro infernal.

Lagunas de color verde atraviesan el valle. Movimiento de camiones excavadores, enormes jeep que cruzan la calle. Y alrededor miles de trabajadores, los buzos de color azul, con uniformes. Veo también muchas mujeres, están afuera comiendo en kioscos, se ríen, como que nada.

Esta es tal vez la sensación más apremiante, la gente se porta como que nada, hay mercado, bullicio, parece una ciudad cualquiera de América latina, pero el hoyo esta hay, y se lo come todo y lo atrae todo. Más tarde entenderé que la relación de la gente con la mina es la de una madre maldita. De ella dependes para vivir, ella te da de comer, te lo da todo o te lo quita todo, la mina invade todos los espacios, no te deja nada. Tu felicidad depende del hoyo y de que siga comiéndose tu trabajo y tu alma.

Gente de los Andes, de diferentes comunidades y localidades, la gente de Pasco está feliz de tener trabajo. Aspira a quedarse cerca de la mina, a ofrecerle sus servicios. Piensan que van a hacer dinero y un día se irán.

En Pasco el nivel de plomo en la sangre es uno de los más altos del mundo. El plomo presente en agua, polvo, comida se deposita especialmente en los tejidos blandos. Se almacena en la grasa sobre todo de los niños que son los más vulnerables. Causa problemas de crecimiento, de comprensión, atrasos físicos y mentales, y no te hace esperar en una larga vida. Aquí se han encontrado niveles de plomos absurdos, tan altos que la Organización Mundial de la Salud perdería su cordura.

Y a pesar de la transparente y cristalina situación del absurdo que lo inunda todo, la gente está aquí, sigue aquí. Vende sus casas y acepta trasladarse más lejos. Ve desaparecer sus recuerdos y su memoria, ve plantar su monumento más querido de un lugar a otro de la ciudad. Siente sin miedo los retumbos siniestros que vienen del suelo. Están acostumbrados que las casa estén rajadas, que algunas hasta se hunden. Partes enteras de la ciudad se están hundiendo.

La empresa minera, con capital nacional e internacional saca zinc, cobre, plomo, y otros minerales preciosos. En esta época de crisis, los recursos no renovables son para quienes los tienen la garantía de negocios seguros, de millones de dólares. Pero sobre todo son la garantía del mantenimiento del sistema globalizado, de que todo siga funcionando a pesar de todo y con renovada energía.

El tajo se abrirá aun más, me explica el chofer, han descubierto más mineral y es posible que se duplique en poco tiempo. El mineral es sacado de la tierra, refinado y dividido y por ultimo llevado al puerto de Callao a través de trenes.

No se puede sacar fotos y las fotos que saco son tomadas con prisa y cierto miedo. Me cuentan historias de periodistas sacados a la fuerza por ellos y delatados por la misma población que no quiere perder la chamba. El equipo de seguridad de la empresa es bien entrenado y se maneja con super carros que vigilan que nadie moleste el trabajo de saqueo.

Un saqueo desmesurado de los recursos no renovables de estas tierras, un saqueo necesario a los hombres y mujeres del planeta que deben seguir esta loca carrera hacia el infinito, hacia el crecimiento continuo, hacia el desarrollo, la modernidad, un saqueo que, en su viaje, enriquece de manera descarada unos pocos afortunados.

Los glaciares a lo lejos me recuerdan donde estamos, qué tierra es esta y pienso en mis hijas, en mis nietos si los tendré. ¿Qué le habremos dejado, que tierra será la que le dejamos en herencia?

Solo vestigios, restos de montañas, lagunas secas y contaminadas, aire lleno de metales. La idea de modernidad justificada por una falsa idea de racionalidad científica nos condujo a esta situación. Los problemas morales del hombre, vivir en comunidad, ser feliz y en equilibrio con su propio entorno aquí se han resquebrajado para hacer lugar a una afanosa, engañosa y desesperada corrida hacia el fin.

Los jóvenes sueñan con Lima, con zapatos de último modelo, con celulares, con equipos de sonidos. Y esto satisface la sensación de estar en el mundo, de hacer parte de algo más grande y bueno porque nuevo y moderno.

El radio saca los programas electorales de candidatos intercalados por una propaganda continua e inexorable de la Empresa. La Empresa les quiere, les ama, les importan ustedes, la empresa es desarrollo, la empresa cuida su ambiente, la empresa le garantiza la vida, la empresa los salva de la pobreza y de un futuro incierto. Mientras nosotros estamos ustedes pueden estar tranquilos.

A la empresa no se le ocurre ayudar al estado en sacar la gente de aquí, en utilizar parte de sus millones para que la gente viva decentemente, trabaje sin estar en una situación de tal inestabilidad, a encontrar soluciones, a establecer límites para garantizar la vida de las personas que viven aquí. A la empresa no se le ocurre dotar los trabajadores de contratos que les permitan jubilarse y pagarse sus gastos médicos después de haber inhalado mierda por años. Ni se le ocurre crear atención especial para los niños afectados por el plomo o clínicas adecuadas para ellos y sus madres. No, porque hay que producir dinero sin afectar la rentabilidad y la productividad.

A la empresa no se le ocurre mejorar las calles, mejorar las casas, ofrecer servicios adecuados, producir parques públicos, hacer la vida más fácil o bonita. No porque no se puede socavar las ganancias: podríamos siempre irnos a otro lado y este país no tiene la capacidad tecnológica de sacar el mineral solo.

A través de información pública y fácil de encontrar es posible ver que: “en el segundo trimestre de 2007 la empresa obtuvo utilidades por US$ 110 millones, lo que significó un incremento de 131 % con relación al mismo período del año 2006”. Así mismo con respeto a una empresa suiza, socia de la misma empresa, es posible alegrarse al saber que: As of 2006, it was Europe's sixth-largest company in terms of turnover [1]. According to The Sunday Times,[2] the company had USD 10.9 billion . Y con más euforia se aprende que durante el 2009 las ventas de la minera se situaron por alrededor de los US$477 millones, reportando un alza del 44% en sus ganancias.



Vamos a comer en un hotel del centro (¿cual centro?) El lugar está repleto, se nota que es fin de mes, hay muchos funcionarios peruanos, secretarias, empleados de la empresa. Se respira un aire de clase media. Casi se me olvida lo que está afuera, pido una trucha. Me explican que aquí se come comida de todo lado, porque no existe una identidad propia del lugar dada la heterogeneidad de las personas que habitan Pasco. El pollo asado es un plato de elite.

Aquí no crece nada todo hay que traerlo de afuera y los precios no son nada baratos.
Terminamos de comer y por mi sorpresa descubro que existe un estadio, juegan equipos de los alrededores, de lejos siempre el tajo que hace de fondo a los jóvenes jugadores que con alegría le dan a la pelota.

Una última visita al barrio antiguo para sacar unas de las últimas fotos que recordaran este lugar y las personas que los habitaron: el próximo año ya nada de esto existirá, la mina ha comprado todo y ha empezado los trabajos de demolición. Ruinas de cuando la mina era otra cosa, tiempos gloriosos de prosperidad de la ciudad, añorados por muchos. Las casas son de estilo colonial con sus balcones de madera, la plazuela oval, con antiguas tiendas que todavía enseñan sus letreros con promesas de servicios rápidos, eficientes y baratos. Lámparas antiguas que un tiempo alumbraron estos rincones, torcidas por la incuria y el viento.

¿Como será vivir en un lugar en el cual uno no puede volver a ver la plaza donde un día lejano le declararon amor eterno, donde le dieron el primer beso, la casa donde se hizo el amor por primera vez?.¿La plaza donde se jugó de niño, la plaza donde se jode, donde se grita, donde uno se esconde del papá bravo y enojado porque esta vez, si la hizo fea. La calle donde se apostó con los amigos que esta mamacita rica me va a decir que si, para después tener que pagar porque no nos hizo caso?

¿Como será vivir en un lugar donde los recuerdos y el propio pasado son comidos sin piedad, sin reparo, donde el alma de un pueblo agoniza?

Nosotros los europeos, tan pegados a nuestras plazas turísticas, a nuestras calles... y aquí no existe respeto y máquinas excavadoras van hurgando las entrañas de la tierra hasta el fondo.

El sol se va, el día se termina, las actividades empiezan a decaer entra la noche en Pasco y con ella un frío de la gran puta.

La temperatura llega a bajo cero y aquí la gente no tiene ningún sistema de calefacción, están acostumbrados, es clima de machos.

El dueño del hotel sabiéndome sola y fatigada por la altura me trae un té de coca para sostenerme, me regala un jarrón lleno de riquísima agüita caliente y le estoy infinitamente agradecida.

Me hundo en mi cama abrigada hasta de más y me duermo al fin.

Al día siguiente me voy a desayunar a un café de la plaza de Comercio. Me doy cuenta después que en cada esquina hay mujeres y niños con jarrones de plástico esperando. Pregunto qué es lo que esperan. Agua se me dice. Un camión cisterna pasa todas las mañanas y distribuye lo que será el agua para toda la familia, para todo el día, para todo uso.

Mientras esperan los niños juegan y se pelean y las mamás les regañan sin mucha convicción. Pregunto cómo es posible que en un lugar con tanta agua la gente tenga tan poca. La mina gasta 3000 litros de agua por segundo. Y acaparra toda el agua de la zona. Lo que sobra lo que queda es para la gente. Cuando hay tan poquita agua es la mujer generalmente la que decide como usarla y hace milagros para satisfacer las necesidades básicas de todos, privilegiando el uso para tomar, cocinar, y por ultimo lavarse.

Aquí no hay despilfarro ni duchas de horas, pienso en mi hija adolescente.

Al día siguiente dejo el Cerro. Hay una actividad para el día del campesino en Quina una comunidad a una hora de aquí. Es la reunión de la federación de comunidades Campesinas de Pasco. Los temas van a ser seguridad alimentaria, riesgos de las minerías, sostenibilidad ambiental, cambio climático. El salón esta casi lleno comparto comida, sopa verde, una sopa de hierbas de papas y después de una ceremonia a la Pacha Mama (la madre tierra) empiezan las charlas. Me siento bien aquí, hay sol y me siento feliz de haber salido de Pasco. Una mujer me pregunta si me he dado cuenta de que la mina se está comiendo las casas, y con aire resignado me dice que aquí también donde nosotros estamos hay una mina cercana, y que posiblemente los túneles los tenemos bajo los pies. Así es la vida con la mina, es una vida de hoyos, túneles, inestabilidad terrícola, movimientos que rompen el silencio de los bosques, actividad frenética bajo el cielo de los Andes, bajo los pies y los corazones de la gente.

En increíble que existan quienes se empecinan en llamar racional este modelo económico, un modelo que no ofrece autonomía, equilibrio, tranquilidad, un sistema que reproduce sin cesar dependencia, inestabilidad, angustia. Un sistema que vende por desarrollo y lucha a la pobreza actividades que sirven para mantener un sistema global en crisis. Los gobiernos locales se jactan de modernizar el país cuando para ellos es una maravilla que haya quienes se encarguen de los más excluidos de la sociedad ofreciéndole trabajos precarios y un plato de comida.

Pregunto como son los turnos de la mina, de 12 horas me contestan. Y no se puede reclamar sino te sacan, hay millares de gente que quiere trabajar. Y después de un tiempo los hombres se enferman de los pulmones pero no te pagan las medicinas.

Descubro que los trabajadores están sujetos a los avatares del precio de los metales y minerales, en efecto en algunas ocasiones los trabajos a tajo abierto de la mina de Pasco se interrumpieron y muchas personas quedaron en la calle.

Me voy, abrazo la gente que con su calidez, cariño y afecto ha calentado mi alma encogida, me enfrento a la carretera de nuevo, al paisaje andino que me saluda con un cielo espectacular.

La palabra se opone al silencio, a la indiferencia de la nada, el silencio oculta, oprime, defiende la injusticia, término que hemos perdido en el camino.

La palabra hace aparecer lo que está escondido, lo que esta velado, lo que no queremos saber, la palabra le da presencia en la escena a estos miles de hombres y mujeres que a la sombra de las montañas siguen viviendo, amando, esperando. Esta es su palabra, esta es su historia.


Barbara Trentavizi, antropóloga italiana residente en Guatemala, autora del libro 'Itinerario del Movimiento Indígena Latinoamericano: la Cumbre de Puno'.

Fuente: Alainet
Imágenes: Google/Internet